En un hecho inusual, tres monjes reportaron un encuentro con una entidad que se identificó como el demonio. Durante este encuentro, la entidad planteó a los religiosos una pregunta provocativa: si tuvieran la capacidad de alterar algún evento del pasado, ¿qué elegirían cambiar?
El primer monje expresó su deseo de evitar la caída de Adán y Eva, buscando preservar la humanidad de la separación de Dios. El segundo, mostrando compasión, deseó que la entidad no se hubiera distanciado de la divinidad, evitando su condena eterna. Sin embargo, fue la reacción del tercer monje la que culminó el encuentro de manera abrupta.
Este monje, en lugar de dialogar, optó por arrodillarse, rezar y buscar refugio en su fe, destacando la importancia de no entablar conversaciones con fuerzas malignas, la imposibilidad de alterar el pasado y la trampa de quedar atrapado en reflexiones sobre lo que pudo haber sido. Enseñó que la verdadera batalla se encuentra en vivir el presente con amor y devoción a Dios, liberándose de las cadenas del pasado y confiando en la misericordia divina.
Su acto no solo disipó la presencia demoníaca sino que también dejó una lección poderosa sobre el enfoque en el presente como el camino hacia la gracia divina. Este relato ha resonado entre creyentes y se ha difundido como un mensaje de esperanza y fe en el poder de la oración y la entrega a la voluntad divina.