Cada 8 de octubre se celebra el Día Internacional del Pulpo, y en México hay uno que se roba todos los reflectores: el pulpo rojo, o Octopus maya, una especie endémica que habita las aguas cálidas del Golfo y la Península de Yucatán.
Este molusco no solo es un emblema biológico, también es pieza clave en la economía pesquera del sureste. Su carne es codiciada dentro y fuera del país, y su captura sostiene a miles de familias de pescadores en Campeche, Yucatán y Quintana Roo.
Pero el Octopus maya es mucho más que un platillo.
Su piel cambia de color —de marrón oscuro a un rojo intenso— como parte de su lenguaje y defensa. Las hembras, por su parte, se sacrifican cuidando los huevos hasta el final: mueren justo después de que sus crías eclosionan. Un acto silencioso, pero profundamente biológico.
Actualmente, esta especie está bajo veda del 16 de diciembre al 31 de julio, medida que busca asegurar su reproducción y equilibrio. Sin embargo, enfrenta amenazas como la sobrepesca, la contaminación y el cambio climático, que alteran su hábitat y sus ciclos naturales.
El pulpo rojo es, en muchos sentidos, un espejo del mar mexicano: valioso, resiliente y en peligro si no se le cuida.
Celebrarlo este día no es solo reconocer su sabor o su inteligencia, sino también entender que detrás de cada tentáculo hay una historia de vida, trabajo y mar.