Patricia Stallings ingresó de urgencia con su hijo Ryan al Cardinal Glennon Children’s Hospital de San Luis, Misuri, el 31 de agosto de 1989. El lactante presentaba vómito persistente y dificultad respiratoria. Una prueba inicial reveló niveles altos de etilenglicol, un compuesto tóxico del anticongelante, y el personal notificó a las autoridades. Ryan fue puesto bajo custodia médica estatal; Patricia sólo pudo verlo a través de un cristal.
El 7 de septiembre el niño murió. Un gran jurado acusó a la madre de homicidio y, tras un juicio de cinco días en 1991, el jurado la declaró culpable de asesinato en primer grado y maltrato infantil. Recibió cadena perpetua sin libertad condicional.
Mientras Patricia estaba en la cárcel, dio a luz a su segundo hijo, David. A las pocas semanas, el bebé presentó síntomas similares a los de su hermano. En esta ocasión, pediatras del mismo hospital ordenaron estudios metabólicos más amplios y diagnosticaron acidemia metilmalónica (MMA), trastorno genético que genera ácidos orgánicos capaces de falsear un resultado positivo a etilenglicol.
El diagnóstico de David impulsó una nueva revisión científica del caso. Investigadores independientes replicaron los análisis y confirmaron que los compuestos producidos por la MMA podían ser confundidos con el tóxico detectado. Con estos datos, la Fiscalía solicitó la anulación del veredicto.
El 23 de julio de 1991 Patricia Stallings salió en libertad; en septiembre de 1992, el juez desestimó todos los cargos. Posteriormente demandó al laboratorio responsable de las pruebas iniciales y llegó a un acuerdo extrajudicial.
El expediente Stallings se convirtió en ejemplo de error judicial por fallas en la interpretación forense y subrayó la importancia de pruebas metabólicas especializadas en casos pediátricos.
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