El 13 de junio de 1961 marcó el fin de una carrera que dejó huella en la historia cinematográfica nacional. A 63 años de su fallecimiento, el nombre de Domingo Soler continúa apareciendo en retrospectivas, estudios fílmicos y homenajes dedicados a quienes contribuyeron al desarrollo de la industria del cine en México. Nacido el 7 de abril de 1900, Soler formó parte de una generación que sentó las bases de una narrativa visual que alcanzó proyección internacional.
Integrante de una familia de actores que fue conocida como la dinastía Soler, compartió escena y época con sus hermanos Fernando, Julián y Andrés. Su trayectoria se extendió por más de tres décadas, durante las cuales participó en películas que forman parte del acervo cultural del país. Entre sus obras más mencionadas se encuentran La barraca (1945), producción que lo consolidó como figura del drama rural; Del rancho a la capital (1942), una historia de migración interna; y ¡Vámonos con Pancho Villa! (1936), película histórica considerada una de las piezas clave del cine de su tiempo.
Domingo Soler también incursionó en la escritura de guiones y adaptaciones teatrales, participando activamente en el desarrollo de contenidos más allá de la actuación. Su formación le permitió trabajar con distintos géneros, desde el melodrama hasta la sátira política, convirtiéndose en un colaborador constante de diversos directores que exploraban nuevas formas de contar la realidad nacional. Su relación con el cine no sólo fue profesional, sino también generacional, al formar parte de un movimiento artístico impulsado por instituciones públicas, casas productoras emergentes y salas independientes.
Aunque su figura dejó de aparecer en nuevas producciones desde su muerte, su nombre continúa siendo incluido en ciclos de cine, archivos audiovisuales y libros sobre historia del arte mexicano. Diversas escuelas y centros culturales han retomado su filmografía como parte del análisis sobre representación social, identidad y estructuras narrativas de mediados del siglo XX. La permanencia de Domingo Soler en el discurso cultural confirma que su trabajo no fue parte de una moda, sino de una transformación sostenida que marcó al cine mexicano como una herramienta de expresión nacional.