Crónica del día en que el rock se quedó en silencio.
Era 6 de octubre de 2020 cuando el rumor empezó a correr por las redes, como un solo que se apaga en el aire: Eddie Van Halen había muerto. Los mensajes se multiplicaron, los fans no querían creerlo. Y, sin embargo, su hijo Wolfgang lo confirmó con un mensaje que partió el corazón del mundo del rock: “No puedo creer que tenga que escribir esto…”
Ese día, los amplificadores callaron un poco. Porque Eddie no era solo un guitarrista: era un alquimista del sonido. Con su sonrisa traviesa y una guitarra que parecía tener alma, reinventó lo que podía hacerse con seis cuerdas. En los setenta y ochenta, mientras muchos imitaban, él experimentaba. De sus dedos nació el tapping, esa técnica que parecía magia pura, y de su mente, un estilo imposible de copiar.
Nació en Ámsterdam, creció en California, y junto a su hermano Alex fundó Van Halen, la banda que haría historia con temas como Jump, Panama y Hot for Teacher. Eddie tocaba como si estuviera hablando con el instrumento, como si cada nota fuera una palabra de un idioma que solo él dominaba.
El cáncer lo acompañó durante años, silencioso pero constante. Y aunque el cuerpo fue perdiendo fuerza, su espíritu nunca se rindió. Grabó, compuso, se rió de la vida y siguió tocando hasta donde el dolor se lo permitió.
El día que murió, millones de guitarristas en todo el mundo hicieron lo mismo: conectaron sus instrumentos, subieron el volumen y tocaron Eruption. No como un homenaje triste, sino como una manera de decirle gracias.
Porque Eddie Van Halen no se fue del todo. Su sonido sigue rebotando en los garajes, los bares, los estadios. Y cada vez que alguien rasguea una cuerda intentando imitarlo, el rock vuelve a respirar. ⚡️
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