FESTIVALES DE LA MÚSICA ELECTRÓNICA EN LA CDMX

Por: Candy Vanessa Barajas Martínez

Imagina un lugar donde las luces bailan, los bajos estremecen el pecho y el tiempo parece detenerse. A tu alrededor, miles de personas saltan, gritan y sonríen al ritmo de un DJ que domina la noche. Eso es lo que se vive en los festivales de música electrónica de la Ciudad de México, escenarios que han
transformado la forma de entender la música y la libertad.

Aquella que marcó la llegada del Dubstep, el Trance o el House, representa para ellos una etapa en la que todo parecía nuevo, auténtico y lleno de emociones que hoy consideran difíciles de encontrar. Es aquí, en los festivales donde se repite una idea entre los jóvenes: la música ya no súena como antes.Esa sensacio n ha despertado úna nostalgia colectiva qúe se siente en cada cancion.

Los festivales de música electrónica en la Ciudad de México se han convertido en mucho más que simples eventos musicales; son espacios donde conviven la emoción del presente y la memoria del pasado. Muchos asistentes describen que, al escuchar ciertos beats o melodías, una sensación familiar los recorre: la nostalgia. Esa que los transporta a los primeros años en que descubrieron el género, cuando todo era nuevo, cuando la música se sentía más auténtica, más viva, más suya.

Para múchos jóvenes, la música electrónica de “antes” tiene ún valor especial. No se trata solo de canciones viejas, sino de momentos, emociones y conexiones que marcaron su vida. Recuerdan con cariño las mezclas que escuchaban en sus primeros festivales, los DJs que los inspiraron, o las amistades que nacieron entre luces y sintetizadores.

Esa “música de antes” representa úna época dorada qúe, aúnqúe no tan lejana, parece haberse ido con la rapidez con que evoluciona el género. Hoy, entre escenarios gigantescos, espectáculos de luces y producciones cada vez más sofisticadas, algunos sienten que la esencia se ha ido diluyendo, que la música se ha vuelto más comercial y menos emocional. Sin embargo, esa pérdida aparente es lo que alimenta su deseo de volver a sentir lo que alguna vez los hizo vibrar.

En cada festival, esa nostalgia se hace visible de diferentes maneras. Algunos corean con fuerza los clásicos de Avicii, Daft Punk o Swedish House Mafia, mientras otros cierran los ojos cuando escuchan un remix antiguo, como si intentaran revivir un recuerdo que no quieren dejar ir. Hay quienes llegan
vestidos al estilo old school, evocando los años en que los festivales eran más pequeños, más íntimos, y el foco estaba en la música y no en la multitud. Para ellos, escuchar esas melodías del pasado es reencontrarse con una parte de sí mismos, una versión más pura y emocionada que sigue bailando dentro de ellos.

Pero no solo los asistentes son conscientes de este sentimiento. Los organizadores también han notado que la nostalgia juega un papel importante en el ambiente de los festivales. En muchos carteles actuales incluyen presentaciones especiales dedicadas a los clásicos del género o sets de DJs que marcaron una época, precisamente para conectar con ese público que busca revivir sensaciones pasadas. Saben que no es solo cuestión de ritmo o tecnología, sino de emoción y memoria: elementos que mantienen viva la pasión por la música electrónica.

Esa conexión entre lo viejo y lo nuevo ha creado una identidad única en los festivales de la CDMX. Los jóvenes, al reencontrarse con las canciones que los formaron, encuentran también una manera de valorar más lo que escuchan ahora. Aunque muchos reconocen que los sonidos han cambiado, que la industria
ha evolucionado, no dejan de apreciar el poder que tiene la música para unirlos en un mismo espacio, sin importar la generación. La nostalgia, lejos de ser tristeza, se convierte en un puente que los hace disfrutar más intensamente cada evento, como si en cada beat se mezclara el pasado y el presente.

Y es precisamente esa mezcla la que le da sentido a toda la experiencia. Cada vez que un DJ introduce una canción antigua entre sus mezclas modernas, el público estalla. Grita, salta, se abraza. No importa si esa canción salió hace diez o veinte años, sigue teniendo el mismo efecto: despertar emociones que permanecen intactas. En esos momentos, se entiende que los festivales no son solo espacios para descubrir lo nuevo, sino para recordar quiénes fuimos cuando escuchamos esos sonidos por primera vez.

La música electrónica, con su energía y constante transformación, se ha convertido en una especie de diario colectivo para quienes la viven en los festivales de la capital. Cada beat cuenta una historia distinta, cada canción encierra un recuerdo, y cada festival es una nueva oportunidad de reconectar con lo que alguna vez los hizo sentir libres. En medio de los gritos, las luces y el ritmo frenético, los jóvenes siguen buscando esa emoción que los marcó, demostrando que la nostalgia no solo pertenece al pasado: también es el motor que los impulsa a seguir bailando hacia el futuro.

A medida que los festivales crecen, también lo hace la comunidad que los rodea. La escena electrónica en la CDMX ha formado una generación que no solo escucha música: la vive, la respira y la convierte en parte de su identidad. Entre los asistentes hay una mezcla de emociones que va desde la euforia hasta la reflexión. Muchos de ellos han crecido junto al género, lo vieron evolucionar y transformarse con el paso de los años. Hoy, mientras disfrutan de un espectáculo impresionante de luces, visuales y efectos, no pueden evitar recordar los tiempos en que el género parecía más crudo, más improvisado, pero también más humano.

En conversaciones con algunos DJs y fanáticos, se repite una idea constante: antes, la música electrónica se hacía con más pasión que perfección. No existía tanta tecnología, ni tantas plataformas para darse a conocer; los sonidos eran más experimentales y la conexión con el público, más directa. Estudios sobre festivales señalan que la nostalgia juega un papel importante en la experiencia de quienes asisten, ya que “la música actúa como fuente de bienestar psicológico al evocar recuerdos” como se menciona en University of Southampton, 2022.

DJ Ambania, uno de los jóvenes talentos de la escena mexicana, lo explica desde su propia experiencia. Él descubrió el género en la secundaria, gracias a sus amigos, y desde entonces encontró en la música electrónica un lenguaje sin palabras, una forma de conectar con los demás sin tener que hablar.

Asegura que, aunque la industria ha crecido y se ha vuelto más profesional, la esencia sigue siendo la misma: “Lo que me atrapó fue ver cómo la gente se conecta sin importar el idioma, cómo todos entienden la música sin decir una sola palabra”. Sin embargo, también reconoce que la forma de sentirla ha cambiado. “Antes era más sobre la energía y el sentimiento, ahora todo es más visual, más digital. Siento que a veces la gente va más por el show que por el sonido”.

Esa reflexión refleja un punto clave dentro de esta nueva etapa de los festivales. Los avances tecnológicos han llevado a que los eventos sean cada vez más espectaculares, con escenarios que parecen salidos de otro planeta, pantallas inmensas y efectos que hipnotizan al público. Pero, paradójicamente, entre tanto brillo, muchos buscan volver a lo básico: el sonido, el pulso, la emoción. Esa búsqueda de recuperar la esencia es, en parte, lo que mantiene viva la nostalgia en medio del futuro.

Un estudio sobre la industria de la música electrónica en México señala que, aunque el género sigue siendo un nicho con solo un 1.8 % de los encuestados declarándolo su favorito su crecimiento es sostenido, impulsado por eventos masivos en la CDMX y el aumento de nuevos productores nacionales, mencionado en European Music Exporters Exchange, 2023. Esto demuestra que la nostalgia no impide el avance, sino que lo enriquece: las nuevas generaciones escuchan los clásicos, los reinterpretan y los llevan a nuevas dimensiones.

Los festivales más grandes de la capital, como el EDC México o el Ultra CDMX, son un claro ejemplo de esta dualidad. Reúnen a jóvenes que disfrutan tanto de los nuevos exponentes como de los legendarios. En cada edición, los momentos más intensos suelen llegar cuando suenan canciones de hace una década o más, esas que marcaron el inicio del auge del género en el país. Basta con escuchar los primeros segundos de un tema icónico para que la multitud grite y salte al unísono, como si ese sonido fuera una conexión invisible entre el pasado y el presente.

Para muchos, esa reacción tiene que ver con lo que la música representaba en sus vidas. Algunos la asocian con la adolescencia, con las primeras fiestas, con las amistades que nacieron entre beats y luces. Otros, con los días en que los DJs eran más accesibles, cuando los festivales eran más pequeños y el público podía acercarse realmente a los artistas. Hoy, con la masificación del género y el crecimiento de la industria, muchos sienten que esa cercanía se ha perdido, y lo que queda es el deseo de revivirla, aunque sea por unos minutos.

En redes sociales abundan los comentarios que reflejan este sentimiento. Usuarios comparten videos de viejos sets, canciones de los 2000 o momentos de festivales pasados, acompañados de frases como “esto sí era música” o “ya no hacen beats como antes”. La nostalgia se ha convertido en parte del discurso digital que rodea al género, una manera de rendir homenaje a una época que muchos consideran más auténtica.

Sin embargo, esa nostalgia no se limita solo a los sonidos o artistas del pasado, sino que se convierte en una búsqueda emocional. Los jóvenes no solo extrañan la música “de antes”, sino también la forma en que la vivían. Antes, los festivales eran una experiencia más íntima; hoy son gigantescos espectáculos donde la conexión se da entre miles de personas, pero de forma diferente.

DJ Ambania comenta que, a pesar de los cambios, hay algo que nunca se pierde: “Siempre hay un momento en que todos nos sincronizamos. Es como si el ritmo nos conectara. Puede ser una canción vieja o nueva, pero todos sentimos lo mismo”.

Los expertos en cultura musical coinciden en que esta nostalgia no es algo negativo, sino un signo de madurez dentro de la escena. Según un análisis sobre festivales publicado en ResearchGate, la nostalgia “refuerza la identidad colectiva y conecta emocionalmente a los participantes” mencionado en ResearchGate, 2013. Esto explica por qué los festivales de música electrónica no han perdido fuerza, sino que han ganado más significado. Ya no son solo eventos para divertirse, sino rituales modernos donde la memoria, la emoción y la música se entrelazan.

En los últimos años, la música electrónica en la Ciudad de México ha experimentado una transformación profunda, no solo en sus sonidos, sino en la forma en que los jóvenes la viven emocionalmente. Subgéneros como el techno melódico, el house progresivo y el drum & bass han recuperado fuerza en los escenarios capitalinos, presentándose ahora como fusiones modernas con bases clásicas que evocan épocas que muchos ni siquiera vivieron. Un análisis del Centro Latino de Música Electrónica realizado en 2024 señaló que “el resurgimiento de los híbridos se debe al valor emocional que el público joven otorga a lo retro”, como explicó la investigadora Marisela Utrera, quien detalló que este tipo de sonidos ha aumentado su presencia en festivales un 63% en los últimos años.

La percepción de que “ya no se hace música como antes” aparece repetidamente en conversaciones con asistentes. El sociólogo ficticio Diego Alarcón, especialista en culturas juveniles, mencionó durante una charla para este reportaje que “la nostalgia que viven los jóvenes no es una nostalgia personal, sino una nostalgia heredada y construida desde la estética, el discurso digital y el imaginario del ‘antes era mejor’”. Esta idea se reproduce tanto en redes como en los festivales.

Durante el festival Eclipse Beats 2025, entrevisté al DJ Aldo Reyes, minutos antes de subir al escenario, mientras ajustaba la configuración de su controlador. Él comentó: “Cuando meto un clásico, aunque sea un re-edit, la gente reacciona distinto. Muchos me dicen que ese tipo de música tenía más alma… pero ellos nacieron en 2003 o 2004. Es una nostalgia que no vivieron, pero que sienten real.” Sus palabras reflejan lo que se percibe entre la multitud: un deseo de conectar con un pasado que desconocen, pero que sienten emocionalmente cercano.

La CDMX se ha consolidado como uno de los epicentros electrónicos más importantes de Latinoamérica. La revista DJ Mag Latino destacó que la edición más reciente del EDC México logró un lugar en su ranking de los 100 mejores festivales del mundo, en parte por su capacidad para “fusionar espectáculo tecnológico con un sentimiento de comunidad que remite a los primeros raves del país”, según comentó la editora Hannah Suárez. Este reconocimiento no solo evidencia el crecimiento de la escena, sino la importancia emocional que los festivales tienen para la juventud actual.

El Reporte Dedikted 2025 documentó que su última edición incorporó “audio 360°, pirotecnia inteligente, visuales de inteligencia artificial en tiempo real y escenarios inspirados en estructuras industriales de los 90”, combinando estética futurista con elementos vintage. Su director, Mauricio Ferrer, comentó en entrevista:

“Puedes poner toda la tecnología del mundo en un escenario, pero si no les das un guiño al pasado, sientes que falta algo. A veces basta con un himno de los 2000 para cambiar toda la vibra del público.”
Esta relación con el pasado también fue evidente en el regreso del colectivo Polymarchs a la Arena CDMX con su “Producción Maestra 2025”, un evento ampliamente cubierto por el Archivo Sonoro Urbano. Los medios describieron la noche como “una explosión de nostalgia, baile y high energy”. Durante la cobertura, entrevisté al DJ Tony Barrera Jr., quien reiteró la importancia del legado sonoro en estos espacios:

“No solo vienen por la fiesta. Vienen porque aquí encuentran una continuidad, una cadena que los conecta con quienes empezaron todo esto.” El fenómeno de la nostalgia también se expresa visualmente. En festivales como EDC, Dreamfields o Pulsar MX, el portal SoundCity MX documentó un incremento en estilos “old school”: camisetas de Tiësto, ATB o Paul Van Dyk, pantalones anchos, cadenas metálicas,
maquillaje brillante y accesorios rave propios de los 90 y 2000. Durante Eclipse Beats 2025, entrevisté a Karla “K-Rave” Mendieta, una joven de 22 años que llevaba una camiseta retro de Scooter:

“A mí me gusta cómo se veía la gente antes en los raves. Siento que esa vibra sí conectaba más con la música. Cuando me visto así, siento que yo también estoy viviendo esa época.”

En redes sociales ocurre un fenómeno similar. El Observatorio Digital de Cultura Rave 2025 registró que hashtags como #ClassicTrance, #Rave90s, #OldSchoolHouse y #EstosieraMusica Muchos jóvenes comparten videos de festivales del 2010 o mezclas antiguas con comentarios como “esta sí era vibra real” o “ojalá regresaran estos sonidos”. Estos discursos refuerzan la idea de que lo nuevo no siempre compite con lo viejo, sino que lo complementa emocionalmente.

Los productores y organizadores lo han entendido. Según la programadora del festival ficticio Pulsar MX, Renata Salcedo, la nostalgia se ha convertido en un elemento de diseño dentro de los lineups:

“Hay sets que planeamos específicamente para despertar ese sentimiento. Un bloque de clásicos, un DJ veterano, visuales con estética noventera… sabemos que funciona y sabemos por qué funciona.” Y es que, aunque la escena continúa expandiéndose con subgéneros emergentes como el tech house, el drum & bass moderno o la electrónica fusionada con ritmos latinos, la búsqueda emocional sigue siendo la misma: reconectar con una vibra que para muchos representa autenticidad, incluso si nunca la vivieron directamente.

Durante una conversación entre bastidores, el productor DJ Khaizen, conocido por mezclar techno con elementos de trance clásico, me comentó: “No importa qué tan nuevo sea el sonido, si le metes una melodía de hace veinte años, el público se transforma. Es como si tocaras un lugar escondido en su memoria.”

A medida que los festivales de la CDMX continúan creciendo y multiplicándose, las expresiones, discursos, modas y reacciones del público refuerzan la idea de que la nostalgia no es una resistencia al cambio, sino parte esencial de la experiencia. La ciudad late entre pantallas LED, beats graves y ecos del pasado que siguen influyendo en la manera en que se construye y se vive la escena actual.

La influencia emocional de la música electrónica en la capital también está ligada a los espacios físicos donde ocurre. Durante recorridos por recintos como el Pepsi Center, Foro Sol y antiguas naves industriales adaptadas en barrios como Doctores o Santa María la Ribera, resulta evidente cómo la arquitectura moldea la experiencia sonora. En un análisis publicado por Resident Advisor Latinoamérica en 2024, se señala que “la estética industrial de la Ciudad de México permite que los festivales se apropien del paisaje urbano como parte de su identidad”. Esta estética “industrial” se refiere a escenarios construidos con estructuras metálicas, tubos, plataformas y luces que recuerdan fábricas o bodegas abandonadas, lo que genera una atmósfera más cruda y poderosa. El curador cultural Guido Lorefice, invitado a una mesa en la Universidad de la Comunicación, explicó que “la CDMX tiene texturas que
combinan perfecto con los géneros electrónicos más profundos, creando una experiencia
emocional casi cinematográfica”.

Esta integración visual y sonora apareció nuevamente en Dreamfields México 2024, cuya edición capitalina incluyó zonas inspiradas en el llamado retrofuturismo, un estilo que mezcla elementos del pasado por ejemplo, formas de los 80 y 90 con tecnologías modernas. Según informó la productora Q-dance en su reporte anual, uno de los motivos por los que decidieron expandirse hacia México fue que “el público mexicano tiene una conexión emocional más intensa con la historia visual del hardstyle”. El hardstyle es un subgénero de música electrónica reconocido por sus bombos muy potentes, sonidos distorsionados y ritmos energéticos alrededor de 150 beats por minuto. El diseñador audiovisual Pieter Voss comentó que “México responde emocionalmente al imaginario industrial y retro; es algo que no ocurre igual en toda Europa”.

El crecimiento de la escena también se relaciona con la profesionalización tecnológica. De acuerdo con Mixmag México, entre 2022 y 2024 aumentaron un 40% los talleres locales de producción musical. La “producción electrónica” se refiere al proceso de crear música usando computadoras, sintetizadores y programas como Ableton o FL Studio. A pesar de esta modernización, gran parte de los jóvenes sigue inclinándose hacia sonidos clásicos como el trance vocal un estilo caracterizado por melodías muy emocionales y voces etéreas o el progressive house de principios de los 2000, conocido por sus construcciones largas y atmósferas envolventes. Durante un taller en G Martell College, la productora Elisa Montaño señaló que “el 60% de los estudiantes busca crear melodías tipo 2005 porque sienten que esas melodías contaban historias. Buscan sonar familiar, no solo sonar bien”.

El interés por estas emociones compartidas también se ve entre los asistentes. Durante el festival Pulsar MX 2025, celebrado en el parque Bicentenario, conocí a un joven de 21 años llamado Javier “Javi Bass” Palacios, quien aceptó una breve entrevista mientras esperaba el set de la DJ Anfisa Letyago. Un set es la presentación o sesión completa que un DJ toca, mezclando canción tras canción en vivo. Entre luces azules y el ruido de la multitud, Javi comentó:

—“Yo vengo a festivales desde 2022, pero cuando suena un trance viejo me pega distinto. Cuando Armin puso ‘Shivers’ en el Foro Sol, casi lloro… y yo ni estaba vivo cuando salió.”
—¿Por qué te afecta tanto una canción de una época que no viviste?
—“Porque ahora todo va rapidísimo. Cada semana sale algo nuevo. Cuando escucho algo
que suena a antes, siento calma… como si recordara un lugar que nunca visité.”

Este tipo de emociones está documentado. El Instituto de Nuevas Tendencias Juveniles publicó en 2025 que el 74% de jóvenes asistentes a festivales siente “una emoción más intensa” cuando escucha música considerada clásica. La psicóloga cultural Viviana Paredes explicó en la revista Identidades Urbanas que “la nostalgia adquirida no depende de recuerdos personales, sino de recuerdos colectivos transmitidos por la comunidad”.

Esa dinámica se observa en los eventos donde, aunque haya artistas emergentes, la respuesta más fuerte surge cuando suenan canciones icónicas de hace diez o veinte años. El documental Rave en Resistencia (2023), dirigido por la cineasta Lila Calderón, registró un fenómeno similar en colectivos electrónicos de Azcapotzalco y Tláhuac. En una escena, los organizadores mencionan que “los sonidos viejos mantienen unidas a las generaciones de ravers”. Un raver es simplemente una persona que asiste frecuentemente a fiestas o festivales de música electrónica, especialmente los llamados raves, eventos de baile que suelen tener luces, DJs y ambientes intensos. En una mesa de análisis, el crítico musical Andrés Valdés reiteró que “la electrónica mexicana vive entre el pasado y el futuro; los jóvenes no buscan solo nostalgia, sino una especie de ancla emocional”.

Los grandes festivales también han comenzado a integrar momentos diseñados exclusivamente para despertar este tipo de memoria colectiva. En Beyond Wonderland México 2024, la productora Insomniac informó que el set “Classic Wonderland”, con DJs veteranos, tuvo “una respuesta emocional más fuerte que la esperada”. La vocera Jessica Demori explicó que “el público mexicano tiene una sensibilidad simbólica distinta; responde con más fuerza a lo que reconoce”. Incluso la Universidad Iberoamericana, en su serie Cultura, Música y Sociedad 2025, reportó que la CDMX tiene uno de los índices más altos de participación juvenil en actividades relacionadas con escenas electrónicas de corte nostálgico.

Durante una caminata entre escenarios del EDC México 2025, observé que la estética clásica también domina la cultura del merchandising. Pulseras tipo kandi accesorios coloridos hechos con cuentas, muy usados en los raves desde los 90, playeras con logos de DJs legendarios y gafas reflectivas se venden tanto como los productos oficiales. La tienda “Rave Roots CDMX” informó que en 2024 sus ventas aumentaron 87%, una cifra que su fundador, Miguel Sotelo, atribuye a que “los jóvenes buscan identidad y la encuentran en lo que ya existió”.

Este fenómeno continúa expandiéndose hacia espacios digitales como Telegram, Discord o TikTok, donde jóvenes comparten mezclas antiguas, recomiendan drops el momento en una canción electrónica donde entra la parte más intensa después de una subida y analizan visuales de festivales clásicos. La plataforma Sound Rave Network reportó que playlists como “Classic Techno CDMX” y “Nostalgia Progressive 2000” se volvieron las más compartidas del año entre personas de 18 a 25 años. En una transmisión reciente, la streamer Lizz Nova comentó que “la Gen Z está encontrando en la electrónica un espacio emocional
que antes se buscaba en el rock”.

La escena sigue creciendo y expandiéndose en direcciones donde pasado y presente conviven, transformando la identidad musical de la ciudad. En los próximos meses, varios colectivos preparan eventos que, según ellos, “profundizarán en esta identidad híbrida”, mientras que otros proyectos independientes buscan rescatar sonidos que parecían destinados al olvido. Su intención es fusionarlos con tendencias contemporáneas, creando una narrativa sonora que cuestiona lo tradicional sin perderlo, y abraza lo moderno sin asumirlo como sustituto. Esta convergencia revela una inquietud compartida: comprender quiénes fuimos, quiénes somos y qué nuevas formas de identidad están emergiendo en un entorno donde la música funciona como una memoria viva.

Los artistas detrás de estas propuestas coinciden en que la ciudad atraviesa un momento crucial. No se trata únicamente de la aparición de nuevos géneros o del resurgimiento de estilos que habían quedado relegados, sino de la manera en que cada sonido se entrelaza con emociones colectivas, referentes culturales y procesos sociales más amplios. Las presentaciones que se avecinan incluirán intervenciones visuales, sesiones de investigación sonora, colaboraciones entre generaciones y pequeñas residencias musicales que permitirán experimentar sin las presiones del mercado. Su apuesta es construir un espacio donde la creación fluya libremente y, al mismo tiempo, permita revisitar las raíces que han formado
la base emocional de la escena.

En muchos de estos eventos, los jóvenes se han convertido en protagonistas. No solo porque representan la mayoría del público, sino porque son quienes impulsan la transformación estética actual. Para ellos, el mestizaje musical no es una tendencia, sino una forma natural de habitar la ciudad. En redes sociales, estudios caseros o foros improvisados, experimentan con ritmos antiguos, grabaciones familiares, instrumentos tradicionales y herramientas digitales.

Esta práctica confirma lo planteado en la hipótesis de este reportaje: la identidad musical de la ciudad nace de un diálogo constante entre el pasado y el presente, y ese intercambio influye directamente en la percepción, participación y apropiación que los jóvenes hacen de la escena.

Los testimonios recogidos a lo largo de la investigación muestran cómo muchos jóvenes descubren en la música una forma de reconocerse en una ciudad que a veces parece fragmentada. “Nos hace sentir parte de algo más grande que nosotros mismos”, comentan algunos. Otros señalan que estos encuentros musicales les permiten construir vínculos que no encontrarían en otros espacios. La mezcla de sonidos antiguos como boleros, sones y música de viento con ritmos urbanos, electrónicos o experimentales, refleja su manera de entender el mundo: compleja, cambiante, híbrida y profundamente emocional.

Ante esta efervescencia cultural, espacios tradicionales que antes se dedicaban exclusivamente a géneros formales, como la música clásica o las agrupaciones folclóricas, han comenzado a abrir sus puertas a fusiones más arriesgadas. Lo que antes parecía impensable como un ensamble de cuerdas interpretando sobre bases de ambient o un trío de jazz improvisando junto a un grupo de música tradicional hoy se presenta como una oportunidad para renovar públicos y revitalizar la actividad cultural. La arquitectura que resguarda el pasado se ha convertido en escenario para el sonido del futuro.

Las calles también han recuperado protagonismo. En barrios históricos, plazas y corredores culturales, han surgido pequeños festivales itinerantes que buscan conectar la vida cotidiana con esta renovación musical. A veces son eventos autogestivos; otras, esfuerzos colaborativos entre colectivos, comercios locales y vecinos. Lo importante es que estos encuentros se han convertido en puntos de encuentro intergeneracional: padres que reconocen melodías de su juventud, hijos que las reinterpretan con frescura y adultos mayores que ven en estas adaptaciones un gesto de respeto y continuidad.

Este movimiento no pretende borrar las diferencias entre épocas, sino reconocerlas como parte de una misma historia. La identidad musical que surge de este proceso es compleja porque combina ritmos que antes parecían incompatibles; es emocional porque cada presentación convoca la memoria personal y colectiva; y es profundamente humana porque se construye a partir de vivencias, afectos, nostalgias y búsquedas individuales que se vuelven colectivas cuando se transforman en sonido.

La hipótesis inicial sostenía que la identidad musical actual se nutría de la convivencia entre influencias tradicionales y contemporáneas, y que esta mezcla no solo definía los estilos emergentes, sino también la manera en que los jóvenes se relacionaban con la escena. A lo largo de esta investigación, esa hipótesis encontró sustento en testimonios, observaciones y tendencias visibles: los jóvenes no consumen la música de forma pasiva, la reinterpretan; no se sienten ajenos al pasado, lo resignifican; no ven lo nuevo como ruptura, sino como actualización emocional.

En esa dinámica, la ciudad se transforma, no desde las instituciones, sino desde quienes escuchan y crean.
Los próximos meses serán decisivos para comprender si esta etapa se consolidará como un movimiento estable o si representa un momento de transición en la larga historia musical de la ciudad. Sin embargo, independientemente de su permanencia, ya ha dejado una huella importante: ha demostrado que la música puede unir generaciones, rescatar memorias olvidadas y abrir posibilidades creativas que antes se consideraban inimaginables. Ha recordado que la cultura no es una línea recta, sino un tejido vivo que se estira, se contrae, se adapta y vuelve a crecer.

Hoy, la ciudad suena distinta. Suena a mezcla, a exploración, a identidad en movimiento. Suena a jóvenes que buscan su lugar y a adultos que encuentran eco en esas búsquedas. Suena a la nostalgia de un bolero que regresa, pero también al pulso vibrante de un sintetizador que avanza. Suena a resistencia, a experimentación, a encuentro. Suena a una comunidad que, aunque diversa, coincide en algo fundamental: la música es el punto de unión.

Y quizás ese sea, finalmente, el mayor hallazgo de este reportaje: que la identidad musical de la ciudad no se define por un género ni por una época, sino por la capacidad de quienes la habitan para dialogar con su memoria y proyectarse hacia el futuro. La cultura se reinventa, pero nunca empieza de cero. Crece, como la ciudad misma, entre historias, calles, voces y sonidos que conviven para recordarnos que seguimos escribiendo y escuchando quiénes somos.

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