El 19 de septiembre de 1985, México experimentó uno de los sismos más devastadores de su historia. A las 7:19 de la mañana, un terremoto de magnitud 8.1 tuvo su epicentro en el océano Pacífico, cerca de la costa de Michoacán. La tragedia dejó una huella imborrable en el país, no solo por el impacto físico y la pérdida de vidas, sino también por las lecciones que se aprendieron sobre la preparación ante desastres naturales.
El sismo afectó principalmente a la Ciudad de México, que en ese entonces contaba con una infraestructura urbana que no estaba diseñada para resistir temblores de tal magnitud. Muchos edificios, algunos de ellos relativamente nuevos, colapsaron. En total, se estima que más de 10,000 personas perdieron la vida, y miles más resultaron heridas. Las imágenes de la devastación y el caos se difundieron rápidamente, tanto en México como en el extranjero.
La respuesta inicial del gobierno fue criticada. A pesar de que el país contaba con protocolos de emergencia, la magnitud de la catástrofe superó las capacidades de respuesta del estado. Sin embargo, la tragedia también despertó un sentido de solidaridad y organización entre los ciudadanos. Grupos de voluntarios se formaron para ayudar en las labores de rescate y en la atención a los afectados. Esta respuesta comunitaria marcó un cambio en la forma en que los mexicanos percibían su gobierno y la importancia de la autoorganización.
El impacto del terremoto no solo fue físico. A nivel social, la catástrofe dejó profundas heridas en la memoria colectiva del país. Las secuelas psicológicas fueron significativas, y muchas personas enfrentaron el trauma de haber perdido seres queridos y hogares. Además, el evento llevó a una mayor conciencia sobre la importancia de la prevención y la educación en materia de desastres.
Numerosas obras literarias y cinematográficas han abordado el tema del terremoto de 1985, cada una desde una perspectiva única. Uno de los libros más destacados es “El sismo” de la autora Elena Poniatowska, que narra la tragedia a través de relatos de sobrevivientes. Poniatowska captura la angustia y la desesperación de los habitantes de la Ciudad de México, así como la heroica respuesta de los voluntarios que se unieron para rescatar a quienes quedaron atrapados.
Otro libro importante es “Temblor” de la autora mexicana Laura Esquivel, que explora las consecuencias del sismo en la vida de sus personajes. A través de su narrativa, Esquivel ilustra no solo la destrucción física, sino también el proceso de sanación emocional que experimentaron los sobrevivientes. La obra resalta la resiliencia del espíritu humano frente a la adversidad.
En el ámbito cinematográfico, “Los olvidados” de Luis Buñuel, aunque no se centra exclusivamente en el terremoto, refleja el contexto social y las desigualdades que se acentuaron tras la tragedia. La película, estrenada en 1950, se ha reinterpretado en el marco de los eventos de 1985 para entender mejor las condiciones que llevaron a una mayor vulnerabilidad de las comunidades.
Más recientemente, “1985” de la directora de documentales y cineastas ha revivido la memoria colectiva de la tragedia, combinando testimonios reales con imágenes de archivo para crear un relato conmovedor. Este filme ha sido bien recibido tanto en festivales de cine como en la crítica, destacando la importancia de recordar y aprender de los errores del pasado.
La literatura y el cine no solo preservan la memoria del terremoto del 19 de septiembre de 1985, sino que también ofrecen una plataforma para la reflexión y la crítica sobre cómo se manejan los desastres en la actualidad. A través de estas obras, se busca no solo recordar a los que perdieron la vida, sino también honrar la valentía y la solidaridad de quienes respondieron a la tragedia. En un mundo donde el cambio climático y los desastres naturales son cada vez más comunes, estas historias son un recordatorio vital de la necesidad de estar preparados y de cuidar a nuestra comunidad.
