Shane Tamura, un hombre de 27 años, abrió fuego en un edificio de oficinas en Nueva York el pasado lunes, provocando la muerte de cuatro personas antes de suicidarse en el lugar. El incidente ocurrió en un rascacielos que alberga la sede de la NFL, institución a la que Tamura señaló en una nota como responsable de una enfermedad cerebral que aseguraba padecer: la encefalopatía traumática crónica (ETC).
La ETC es una afección cerebral degenerativa asociada a impactos repetidos en la cabeza, comúnmente registrada en personas que han practicado deportes de contacto como el boxeo o el fútbol americano. Esta condición está vinculada a alteraciones en el comportamiento, problemas emocionales, deterioro cognitivo y presencia anómala de la proteína tau en el cerebro. La enfermedad ha sido identificada en figuras como Aaron Hernández, exjugador de la NFL, quien también protagonizó un caso de violencia y posterior suicidio.
En su nota, Tamura mencionó que la NFL encubría los efectos de esta enfermedad y pidió que su cerebro fuera examinado tras su muerte. Tamura había jugado fútbol americano en la secundaria y, según reportes, presentó episodios de salud mental en los últimos años. La autopsia incluirá un estudio neurológico para detectar señales de ETC, aunque el diagnóstico solo puede confirmarse tras la muerte mediante análisis cerebral.
Este tiroteo ha renovado la discusión sobre la responsabilidad de las ligas deportivas y el impacto a largo plazo de los traumatismos repetidos en los jugadores. Estudios previos han señalado una alta prevalencia de ETC en exjugadores profesionales. El caso Tamura reaviva los cuestionamientos sobre la transparencia institucional y la salud mental en el deporte de contacto.
