En San Pablo y San Mateo Tecalco, el aroma del pan de muerto se entrelaza con el olor del cempasúchil y el copal, creando una atmósfera única que marca la llegada del Día de Muertos. Esta tradición, que se ha mantenido viva por más de cuatro generaciones, es un testimonio del profundo arraigo cultural de estos pueblos originarios de Tecámac. A medida que se acerca el 1 y 2 de noviembre, las familias locales se preparan con dedicación para honrar a sus seres queridos y preservar sus costumbres.
Durante los días previos a la festividad, los panaderos de la región comienzan a mezclar ingredientes esenciales como harina, huevos, mantequilla y manteca. Estas recetas, transmitidas oralmente de abuelos a padres, son elaboradas con manos expertas que saben cómo mantener la esencia de un producto que ha sido parte integral de las ofrendas a los muertos. Aunque esta tradición comenzó como una práctica local, su excelente calidad y exquisito sabor han atraído la atención de personas de pueblos cercanos, como San Marcos Nepantla, Acolman, Santa María Ozumbilla y Tecámac Centro, quienes buscan comprar este manjar.
La señora Reina García Rosales, de 88 años, es una de las figuras más representativas de esta tradición. Con 70 años de experiencia en la elaboración del pan de muerto, Reina comparte con orgullo que ha aprendido esta práctica de sus suegros y ahora enseña a las nuevas generaciones de su familia. Para ella, el pan es más que un alimento; es un símbolo de amor y conexión con sus antepasados, a quienes se refiere cariñosamente como “las almitas”.
Reina también destaca que su producto ha comenzado a comercializarse en otros estados, gracias a su singular sabor, que se intensifica al ser horneado con leña. Este método tradicional no solo realza el gusto del pan, sino que también conserva la autenticidad de una práctica que ha perdurado a lo largo del tiempo. La Dirección General de Desarrollo Económico de Tecámac ha registrado 30 hornos tradicionales de leña y piedra en la región, 25 de los cuales se encuentran en San Pablo y cinco en San Mateo, donde los propietarios continúan esta valiosa tradición.
Con la llegada de las festividades, las familias que poseen hornos se preparan para elaborar pan, ya sea para la venta o para su propio consumo. Sin embargo, cada año la fama del pan de muerto de Tecalco crece más allá de las fronteras municipales, atrayendo a un número creciente de personas que desean adquirir este alimento tan especial. En palabras de Reina, uno de los secretos del éxito radica en la dedicación y el cariño con el que se elabora cada pieza, asegurando que esta tradición, que ha estado presente en su familia durante generaciones, no se extinga.
La enseñanza de esta habilidad a sus nietos es un esfuerzo consciente para mantener viva la costumbre y garantizar que el pan de muerto siga siendo una parte integral de las celebraciones en Tecalco. Así, cada pieza de pan se convierte en un símbolo de amor, memoria y comunidad, conectando a las familias con sus raíces y su historia.